Esta semana me he acercado a ver la exposición de
Pierre Bonnard que tiene lugar en la
Fundación Mapfre en el Paseo de Recoletos.
Siento aventurar que no me ha gustado nada, y ese nada cubre varios aspectos; siempre bajo mi punto de vista, que no es el único, pero sí el mío, vaya.
Como adicta que me confieso al arte de finales del XIX y principios de XX y las muestras que suelen organizar entre la Mapfre y la Juan March, he de señalar que me ha decepcionado. Pensé que Bonnard estaría a la altura (ignorancia previa por mi parte) de sus contemporáneos. Sólo he podido observar una lucha constante del artista con el color en su lienzo. Parecía como si nunca hubiese habido una reconciliación, un período de tregua, menos aún una superación de sus problemas. No existe una plenitud para, como decía un personaje de
A bout de souffle, "ser inmortal y después morir". Esa lucha le llevó a ignorar sus aciertos y no servirse de ellos, no investigarlos,...el color tiene su manera física de actuar, de relacionarse entre sí, y eso no lo podemos cambiar...sólo constatamos que así funciona, y el hecho de querer ir por otro camino, no ayuda a someterlo, sino a ser sometido por él. Parece que odiase el pintar las sombras...
Otro de los aspectos que me han enervado es el escaso conocimiento del cuerpo humano. Uno puede querer deformar sus figuras, pero lo único que veía plasmado era la incomprensión de cómo cada una de las partes del cuerpo forma un todo. Eso agravado por el funcionamiento del color...
Y para terminar con el tema pictórico y empezar con el expositivo, añadir dos cosas mas: la penúltima es la pesadez de sus pinturas. La pintura y las pinceladas de Bonnard pesan, pesan mucho; y por último, son muy decorativas, les falta un punto marcado de interés. Su pincelada no define al milímetro, eso es cierto, tampoco lo pretende, pero el interés en algo en concreto puede definirse con un uso inteligente del color.
Y en cuanto a los aspectos expositivos, me han molestado dos cosas. Una es una tontería que podía haberse evitado en el cuadro de las bailarinas, en el que la luz de la sala incide de tal manera en la obra que el marco de la misma genera una sombra muy molesta. No creo que los cuadros deban verse con sombras proyectadas. La otra y más grave es pensar en la distancia que necesita el espectador para observar la obra. Sólo he visto en condiciones dos lienzos: uno en la última sala de uno de los enormes paisajes a unos seis metros de distancia; el otro, un interior con muchacha, fue desde el propio ascensor cuando me iba (unos cuantos metros más).
Esto no quita para que cada uno, en el momento que crea oportuno, se pase por allí a ver la exposición. Todos tenemos nuestro punto de vista, nuestras expectativas, nuestras experiencias previas,...así que a disfrutar hasta la próxima.